Allí estaba. El joven aprendiz de patriarca, con su lengua de hormigas bravas alimentadas con menta y licor de espinas. Vino para que yo resolviera esta pregunta:
«¿Qué tipo de animal sos?»
Entonces y ante aquella interrogante vacié mis bolsillos
pasé las manos por cada grieta, por cada accidente que he sufrido
y pienso, pienso, pienso… ¿Qué tipo de animal soy?, ¿Qué tipo de animal puedo ser yo? Un animal feo y poco llamativo, un animal sexuado,
un animal amarrado a un árbol de aguacates morados,
un animal anónimo, un animal opacado.
Ante esto, el límite se transforma en vértigo que también me interroga:
«¿Qué tipo de animal no sos?»
Sobre todas las cosas, no soy un animal que está en venta.
Soy más un animal alimentado con papel reciclado que vomita por sí solo
y no uno de esos que brilla y saca pecho a costa de parentescos
o amistades con letrados bergantes.
Soy un animal arisco pero osado, un animal astuto que se inventa a sí mismo,
un animal que se reescribe permanentemente,
Soy un animal que vive de su propio crédito,
un animal inédito con sangre, fuerza y presencia de mujer.
Cuando el joven de gafas regrese con su barbita de chivo a retirar la respuesta ésta es la que le daré: «María, ese es el nombre de este animal inédito.»
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