Ayer fue el cierre del
taller de escritura autobiográfica que dirigió Juan Pablo Sutherland entre
agosto y octubre de este año 2012 en las instalaciones de la Biblioteca Lea+ que
pertenece al GAM (Centro Cultural Gabriela Mistral).
Esta ha sido una de las
actividades más enriquecedoras que he vivido en Santiago porque tuve la suerte
de compartir la experiencia con autores y autoras diversos, híbridos, complejos,
talentosos e interesantes. Es verdad que el enfoque era técnico, pero de pronto
nos desnudamos un poco y sacamos detalles, anécdotas, estados emocionales y esperanzas
que marcan o han impactado en la geografía de nuestras vidas. Descubrí, gracias a los ejercicios de Sutherland, el
papel tan potente que ocupa la poesía, y las técnicas de la lectura y la escritura
de ficción a la hora que configuramos nuestros “Yo” o que trabajamos/jugamos con
nuestras propias escrituras de la memoria y la autobiografía.
Felizmente, nos quieren
tanto nuestros cómplices y amigos que a pesar de un divertido enredo con las
fechas de la lectura, igualmente vinieron desde lejos a acompañarnos, sin duda
dejaron cosas importante que tenían por hacer con tal de estar allí
apoyándonos.
Juan Pablo Sutherland abrió
el acto presentando el curso, luego la directora de la biblioteca nos contó cómo nosotros habíamos sido lo más
parecido a conejillos de india porque nunca se había aprovechado el espacio de
la biblioteca para impartir un taller, y menos de ese tipo.
Juan Eduardo y Felipe
Herrera presentaron sus ejercicios. El primero experimentó una carta-cuento con
un ambiente quizá apenas comparable al de Leaving
las Vegas (1995) de Mike Figgis, y el segundo nos hizo recobrar a todos los
muertos de nuestra felicidad.
Juan Pablo Pozo, nos
hizo delirar con sus personajes femeninos manejados con una voz poética
alucinante, mientras que Angélica Pizarro nos tocaba los nervios de la memoria
infantil como quien tortura amorosamente su pasado en la escuela. Y cuando
pronunciaba “M-a-m-a, mamá”, nos había calado hondo.
Ingrid Toro nos demostró
que ella ante todo es poeta pero que no tiene ningún complejo a la hora de
soltar la pluma escribiendo narrativa. Una escritura que por cierto desborda
choquecitos eléctricos, asombro, inteligencia, humor y erotismo. Liliana Díaz recuperó en su memoria y en la
del público asistente esos años que es imposible olvidar y fabricó sí un juego
de distancias entre memoria y ficción.
Olivia, la preciosa
chica de ojos felinos, nos enfrentó al sentimiento de culpa y la muerte vistos
desde la estatura de un niño. Y yo, hice lo mío pues conté uno de los días de
memoria más raros que aparece guardado en el chip de mi memoria y de mis sueños
recurrentes.
Gracias amigas y amigos
del taller, gracias Juan Pablo Sutherland porque sos lo máximo. Ojalá y nos
sigamos encontrando por allí para seguir aprendiendo de ustedes.
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