El día está soleado y caluroso a tal punto que sobre el caminito de tierra el vapor transparente reverbera y se eleva hacia un cielo azul apenas moteado por unas nubes blancas.
—¡Corré, corré! Si no querés que te mate— Grita el más alto, mientras persigue al más pequeño y gordito de los tres.
—¡Agarralo, agarralo, que no se te escape!
Los muchachitos corren a gran velocidad hacia las ventas de comida humeantes y entre las sillas plásticas de los restaurantes improvisados del malecón de Managua. Hasta que Simón Pedro se tropieza y cae aparatosamente rozando con su pie derecho uno de los tenamastes que sostiene una porra con sopa hirviendo. Por un momento intenta levantarse pero no puede y suelta al fin de sus pequeñas manos un pez plateado que todavía se retuerce en los estertores de la muerte por asfixia.
Abel y José Daniel frenan de golpe la carrera al punto que sus pies esquían un poco sobre la mugrosa acera.
—¡ Híjoela!, ¿te jodiste?— pregunta Abel.
—¡Simón!— grita José.
Los dos corren donde el chavalito inerte, ven el pescado avanzando hacia la carretera gracias a sus convulsiones pero ya no les importa. Se acercan al cuerpo del compañero y le soban la espalda con algo de miedo hasta que de pronto Simón comienza a retorcerse de las carcajadas. Acto seguido los compinches le comienzan a dar golpes que no van en serio sobre la cabeza y la espalda. Al rato se abrazan sin decir nada. Se han reconciliado.
Esta tarde, tal y como lo habían acordado escriben a como pueden su carta para el Niño Dios, ya va a ser navidad. Pero algo sucede más tarde. La noche besa Managua con furia y cada cauce, cada grieta se inunda acarreando una gigantesca masa de botellas plásticas que se enrumba hacia el lago. De madrugada una enorme figura se posa frente a una de las casas hechas de ripios de madera y zinc, es la casa de Abel, uno de los niños que vive frente a las desaguaderos del Gran Lago. Cuando se levanta admirado ve una nata que poco a poco toma la forma de una enorme ballena azul.
Muy temprano en la mañana los chicos se reúnen a planificar las acciones del día y alguna estrategia para conseguir fondos para comprarse algo para desayunar. María de
Los trabajadores de la alcaldía comienzan a poner luces y ornamentos para el nacimiento que engalanará la plaza capitalina para las fiestas navideñas. Luego de un rato de andar de estorbo se van a los desaguaderos. Allí está la enorme nata con forma de ballena azul que ya comienza a desintegrase.
Armados con unas ramas Simón Pedro y Abel luchaban por jalar las botellas flotantes hacia la orilla, mientras José Daniel y María de
Es una mañana alegre, todo parece brillar después del inesperado aguacero. Los trabajadores concentrados en sus labores sueñan quizá con que les adelantan el aguinaldo, las señoras gordas dueñas de las comiderías ambulantes calculan mentalmente el monto de los préstamos para invertir en sus negocios, si esta es una buena temporada, y al fondo del lago se divisa una pequeña lancha con pescadores dueños ellos de sus propios sueños. Si tan sólo levantaran el rostro para examinar el cielo podrían ver cómo una enorme nube negra se estaciona sobre la parte sur de Managua.
Apenas hay un momento en que una nube blanca interrumpe al sol, los niños ni siquiera se dan cuenta sino hasta que de pronto y de un solo golpe una enorme correntada se dispara con fuerza sobre ellos. Simón y Abel se aferran a sus ramas y gracias a ellas son catapultados hasta el borde del cauce y se arrastran para salvarse. María y José son arrastrados hacia las profundas y turbias aguas del Xolotlán. Para ellos todo ha ocurrido en cámara lenta.
Simón y Abel abren sus ojos y la boca en expresión de horror e impotencia. No dicen nada, hasta que una señora comienza a gritar:
—¡Jesucristo! ¡Ay, a esos niños se los lleva la corriente! ¡Auxilio, auxilio, auxilio!
Y comienzan las acciones de rescate entre gritos y aspavientos. Abel y simón Pedro habían tragado agua de cloaca y ahora tocen y vomitaban. Hasta que al fin dicen:
—Nosotros estamos bien, ¡salven a José y a su hermana que se los tragó el lago!
La madre de los desaparecidos surge de la nada, grita y llora dando muestras de desesperación y angustia. Uno de los trabajadores de la alcaldía estuvo presto, se saca los zapatos y se lanza al agua que ahora luce gris y turbulenta. Mientras el hombre sumergido busca en el fondo del lago, para los niños el tiempo se vuelve una cosa fantástica en que cada segundo parece una hora. Entonces comienzan a rogarle al Niño Dios que no les traiga ningún regalo, que se olvide de la bici y del DVD que ellos habían pedido, que se olvide del teléfono celular que el propio José había pedido pero que por favor les devuelva a sus amigos. Por favor, por favor, por favor… Por favor que se olvide hasta del regalo que María había pedido, por favor…
Entonces el hombre aquel emerge de pronto y con su mano jala un bulto largo y aguado, es José. Otros hombres y mujeres reciben el cuerpo para ver cómo pueden socorrerlo, mientras que el hombre se sumerge nuevamente.
Los dos niños juntan cerebro y alma rogando con toda su potencia vital «Por favor, por favor, Niño Dios, que resucite» Y el hombre sale con un segundo cuerpo en la mano. María de
Y el milagro se hizo, María comienza a toser y a vomitar agua lodosa.
Mientras la gente sube a los sobrevivientes a un taxi rumbo al hospital. Abel y Simón tratan de buscar con la mirada al hombre aquel que salvó a sus amigos pero no pueden reconocerlo, podría ser cualquiera de los que están allí trabajando.
Abel y Simón Pedro se quedan viendo frente a frente, asustados todavía, pensando cómo demonios van a hacer para explicarle a sus amigos que ninguno de los cuatro tendrá regalo de navidad nunca más en sus vidas. Pero total, están muy agradecidos. Ahora planean ir a
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