Un día de estos conversando con Ulises Huete sobre la figura de Don Juan Tenorio como mito popular me sentí como muy vacía, como que no tenía cosas interesantes qué decirle sobre este símbolo de la cultura popular y universal. Y me quedé reflexionando en torno a una pregunta que le hice a mi amigo: "¿Te molestaría que una parte tuya se conectara con el mito de don Juan?”
Ahora pienso que el donjuanismo es un elemento que de forma enmascarada o a veces directamente completa la identidad del macho, atribuyéndole “masculinidad”. El macho es más macho, más hombre de verdad mientras más se acerque a los antivalores de Don Juan: la promiscuidad, el egocentrismo, la frialdad o cinismo y la habilidad de hacer que cada mujer que él quiera se le entregue. Y es que estas características que parecen negativas pueden resultar absolutamente atractivas para la contraparte femenina porque puede representar un reto sin igual tratar de “salvar” o de “componer” a un tipo como tal. La mujer víctima de don Juan cae como mosca pero porque con su sacrificio esta jugando a la lotería: ser la ganadora, la que gracias a su belleza interna y externa es capaz de transformar al más macho de los machos.
Otra cosa curiosa: la imagen perfecta de la mujer de la que podría enamorarse el Don Juan es su opuesto: virgen, inocente, de alma noble, bella y si se puede casi asexual.
He notado que en la cultura nuestra este mito tiene una gran trascendencia. Muchos intelectuales veteranos hasta se dedican a escribir sobre sus incontables aventuras amorosas con sus discípulas en su época de potencia sexual y ahora ya en la ancianidad se deshacen en verborreas y remembranzas, conteos de largas listas de mujeres que se llevaron en el saco, y no estoy bromeando, se supone que esas enumeraciones monótonas son poesía y puede constatarse en la página final del suplemento cultural de los sábados. Conste que no estoy recriminando—y no soy nadie para juzgar—solamente observo y uso el ejemplo.
A lo mejor se trata de que el “donjuanismo” es una característica ansiada, codiciada por lo masculino, es decir una herramienta de gestión de identidad masculina. Me pregunto si el verdadero éxito del Don Juan es tener el poder de seducir a una mujer de su misma calaña como el deseo que tiene el Vizconde de Valmont por la Marquesa de Merteuil.
En todo caso, como le dije a Ulises, el mito de don Juan es superproductivo y tiene un público inconmensurable que crece y se expande a medida que pasa el tiempo, si no creen sospechen de las mujeres que tararean la música reguetonera o bachatera que está de moda porque ellas andan en sus corazones ese deseo de ser la que salve al Don Juan que canta que baila en el video clip (rodeado de mujeres voluptuosas) o que excita desde la radio de un bus cualquiera con rumbo a cualquier capital centroamericana
Ahora pienso que el donjuanismo es un elemento que de forma enmascarada o a veces directamente completa la identidad del macho, atribuyéndole “masculinidad”. El macho es más macho, más hombre de verdad mientras más se acerque a los antivalores de Don Juan: la promiscuidad, el egocentrismo, la frialdad o cinismo y la habilidad de hacer que cada mujer que él quiera se le entregue. Y es que estas características que parecen negativas pueden resultar absolutamente atractivas para la contraparte femenina porque puede representar un reto sin igual tratar de “salvar” o de “componer” a un tipo como tal. La mujer víctima de don Juan cae como mosca pero porque con su sacrificio esta jugando a la lotería: ser la ganadora, la que gracias a su belleza interna y externa es capaz de transformar al más macho de los machos.
Otra cosa curiosa: la imagen perfecta de la mujer de la que podría enamorarse el Don Juan es su opuesto: virgen, inocente, de alma noble, bella y si se puede casi asexual.
He notado que en la cultura nuestra este mito tiene una gran trascendencia. Muchos intelectuales veteranos hasta se dedican a escribir sobre sus incontables aventuras amorosas con sus discípulas en su época de potencia sexual y ahora ya en la ancianidad se deshacen en verborreas y remembranzas, conteos de largas listas de mujeres que se llevaron en el saco, y no estoy bromeando, se supone que esas enumeraciones monótonas son poesía y puede constatarse en la página final del suplemento cultural de los sábados. Conste que no estoy recriminando—y no soy nadie para juzgar—solamente observo y uso el ejemplo.
A lo mejor se trata de que el “donjuanismo” es una característica ansiada, codiciada por lo masculino, es decir una herramienta de gestión de identidad masculina. Me pregunto si el verdadero éxito del Don Juan es tener el poder de seducir a una mujer de su misma calaña como el deseo que tiene el Vizconde de Valmont por la Marquesa de Merteuil.
En todo caso, como le dije a Ulises, el mito de don Juan es superproductivo y tiene un público inconmensurable que crece y se expande a medida que pasa el tiempo, si no creen sospechen de las mujeres que tararean la música reguetonera o bachatera que está de moda porque ellas andan en sus corazones ese deseo de ser la que salve al Don Juan que canta que baila en el video clip (rodeado de mujeres voluptuosas) o que excita desde la radio de un bus cualquiera con rumbo a cualquier capital centroamericana
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