Día de memoria
Cuando yo era una niña pequeña que apenas veía como problema grave el hecho de no poder escribir bien mi largo nombre, me tocó vivir la experiencia de la guerra, y no es que yo estuve o estuviera en ese instante en un lugar de enfrentamiento, quizá llegué a estarlo en algún momento, como muchos otros nicaragüenses; pero ese momento que ahora traigo a la memoria... es uno en el que vi que unos hombres llegan a la casa y piden las medidas de la ropa de mi padre. Veo que sacan una cinta métrica y toman presurosamente sus medidas. Anotan en una libreta y se van. También recuerdo, como si se tratara de una masa deforme y confusa, que no había azúcar blanca, en su lugar lo que podíamos obtener era azúcar moreno. En ese momento se veía a este producto al cual me refiero como algo bastante plebeyo, y ahora con el tiempo hasta lo he comprado muy caro porque el azúcar de color oscuro, poroso y húmedo, pegajoso y de granos gruesos es más saludable que el azúcar refinado... escribo como pienso, y eso no es bueno ni malo, creo que lo importante es estar consciente. Al igual que muchas niñas de aquella época vi camiones llegando con cajas de color aluminio (quizá no fue así, quizá esa imagen lleva la contaminación de mi propia imaginación infantil pero eso es lo que aparece en la pantalla de mis recuerdos) a entregar como peces plateados gigantes esos cajones que le sacaban las lágrimas a las madres, las hijas, las abuelas, vecinos y vecinas... cargaban a sus muertos. La primera vez no entendí mucho, tardé un buen tiempo en darme cuenta que aquellos muertos que se iban acumulando en la vida de los otros de alguna forma también eran míos. Recuerdo que un día de esos teníamos hambre urgente y no había más que leña húmeda en la cocina echa de tres pedazos de piedra cantera. Unas ramas lucían entrecruzadas esperando algo, no había combustible para hacerlos arder, quizá había fósforos... pero ¿de qué serviría? No sé si al fin mi papá regresó con algo de comer, o mi madre. ¡Qué bien sabían turnarse a la hora de la sobrevivencia! Ese día era triste y azul algodonoso. O era rojizo algodonoso, pero aunque había resplandor vespertino había también como un halo de hielo de muerto colándose entre los huesos. Pero hubo días felices en que inventamos quemar azúcar morena para fingir caramelos oscuros y amargos que devoramos con alegría, y también comimos tortillas de maíz, crujientes y tostaditas, comidas con sal o con un trozo pequeñito de cuajada ahumada... en cosas como esas pensé cuando sentada frente a la ventana diminuta de mi departamento en Santiago de Chile garrapatee este supuesto poema (y no me importa que no lo sea), la idea es que en este acto de escritura yo como mi propio recuerdo y lo mastico, lo muerdo, tal y como una vez hice con el caramelo de azúcar vítrea o la tortilla de maíz tostada, y lo consumo como algo necesario más que amado.
Reflexiones de una muñeca de azúcar morena
Te agitas viento
lloroso y espinudo
en este cielo de espuma congelada
él abre la boca y come
parte a parte
trueno crocante entre sus dientes
y tú estás allí o vienes
a deleitarte en lo que queda de mi carne crujiente.
Me acuerdo de cuando era chica
un muerto ajeno posaba
como mariposa de malos augurios
en el centro de la sala
el perro lloraba, el alcaraván lloraba,
yo no supe cómo llorar.
Ahora entiendo, casi cuarenta años más tarde,
que ese muerto era mío también.
Ese día también te agitabas
lloroso y espinudo
en un cielo de espuma congelada
La boca que solía comerme
se estiraba rígida como una lagartija congelada
en la cara de ese muerto que estaba puesto en la sala
en la cara de ése que estaba guardado en esa caja de aluminio
y modelo en serie repetida.
Comentarios
de la vida,
y por el
mismo camino
nos volvimos
a ver.
Tu cuando ibas,
yo cuando venia.
Como los epigramas del Poeta Trapense,
asi te recuerdo intermitente,
fugaz,
y otras
veces
de cuerpo
entero.
Saludes
Maria del Carmen.