Afuera el día luce espléndido. Aprovecho que hay luz natural, y para librarme del frío seco de esta ciudad ajena, he empezado a ordenar el cuartito que todos en la casa usamos de basurero. Entre las cosas que he encontrado hay desde anuncios publicitarios del año pasado que ofrecían masajes "reductivos" a $15.000 la sesión, de relajación a $12.000 y de drenaje linfático a $20.000, cachureos y cosas que ni imaginaba que eran mías: un pedazo de madera de dimensiones de 4 x 10 pulgadas, una máscara de el gato con botas y una carta. De todo lo anterior solo una cosa decía algo mío, la carta. Y esta carta no es mía en realidad, es una carta que escribió mi hijo Samuel para su abuelito Mario, mi padre, que está en Nicaragua.
Casualmente un día de estos estuve pensando que la escritura sirve entre tantas cosas como para hacerse de una puerta por medio de la cual a uno le pueda llegar alguna luz reveladora, tal y como me llega ahora esa luz blanca y brillante que psicológicamente me calienta. Pero también por medio de esa puerta escrituralmente abierta es que se puede sacar cosas que no queremos guardarnos, esas cosas que a veces no nos gustan o que nos producen vergüenza, asco o repugnancia. Pero ese ejercicio es el que hice en mi novelita inédita que no sé si alguna vez podré publicar, pero no importa. Lo que sí me importa es haber hecho la práctica que me ha dado más lecciones de las que yo misma esperaba.
Mientras escribo esta entrada en mi blog abandonado, mi pequeño Samuel toca su flauta recién redescubierta entre las cosas que sacamos del cuartito, toca desafinadamente pero feliz, brinca, gira, baila... el chillido de la flauta me hace recordar el horror que me produce la imagen de los pezones que ponen huevos y chillan como instrumento musical en "Rosa mística" de Marosa de Giorgio... pero le sonrío a mi nene y le digo: "¿Qué te parece si vas y le tocas algo a tu hermano?", "¡Sí!" me contesta entusiasmado, y se va. Pobre Ángel. Baja el músico improvisado por las escaleras de caracol de nuestra casa para buscar a su hermano, mientras yo escribo. Pero también debo estar atenta al sonido de la lavadora, cuando termine debo ir a tender la ropa, pero también debo estar pendiente del pescado, cuando esté listo un lado debo darle vuelta para cocinar el otro... Alguien toca el citófono.
Regreso. Era mi amiga Hilda, me ha traído un "cuellito" tejido en lana de vicuña, ella quiere darme calor a como dé lugar. Yo la quiero tanto a ella, que no me importa que esa lana tan fina no consiga salvarme de este frío "tan helado".
La cosa es que esa carta fue escrita por Samu para contarle a su abuelito que en Chile hay muchas construcciones y que hay muchos trabajos --mi papá es albañil-- y le pide con entusiasmo que venga pronto que éste país es muy lindo. La fecha es de septiembre de 2010.
Así que a mi mente viene de pronto la imagen de mi padre sin padre (tuvo un padre sí, uno que nunca lo quiso reconocer como hijo legítimo) paseando con una lata y un palo por los arrozales de alguna hacienda de grandes terratenientes, ocupado en ahuyentar animales peligrosos y pájaros que atentaran con comerse los granos. Y mi papá primero aprendió a mantener a su familia de entonces: una madre y tres hermanos menores antes de aprender a leer, antes de aprender que era posible ir a una escuela y usar zapatos. Se casó a los 18 años, y procreó cuatro hijos de los cuales soy la primogénita. Yo iba a la escuela de día y mi padre por la noche. Yo iba a la escuela de día y mi madre trabajaba de día como enfermera empírica de un hospital municipal, hasta cambiaba sus turnos nocturnos por los turnos de fin de semana de sus compañeras para poder integrarse a sus estudios en el Alfonso Urroz entre 6 y 9 de la noche, hasta que su sueño se hizo realidad, sus sueños se hicieron realidad, nuestros sueños aquellos. Qué suerte tuvo mi padre al encontrarse con mi madre, y qué suerte tuvo ella también al encontrárselo a él.
Pienso, en que a pesar de las carencias, a pesar de la guerra y la revolución sandinista o quizá gracias a todo eso, aprendimos lecciones de solidaridad, amor, sinceridad y apego desinteresado, hasta de encerramiento con nuestra familia extensa y multiplicada entre el vecindario y los que se iban al extranjero (como ahora yo) y los que se quedaban, esos que de alguna manera todavía siguen conectados con nosotros, con nuestra memoria.
Dentro de unos días voy a cumplir 15 años de haber publicado por primera vez un cuento. "Detrás de San Miguel Arcángel" se llama, y tengo el recorte guardado con mucho cariño en el lugar de mis cosas más importantes. Cuánto me alegra que mis abuelas y bisabuelas indígenas y analfabetas tengan ahora la oportunidad de verse en mi escritura como lo que son: mis antecedentes y mis huesos. Porque cada letra que escribo se debe a que ellas pudieron darme al padre y la madre que todavía tengo, y vivo agradecida. Pero cuánto los extraño, tanto que ni se imaginan.
Casualmente un día de estos estuve pensando que la escritura sirve entre tantas cosas como para hacerse de una puerta por medio de la cual a uno le pueda llegar alguna luz reveladora, tal y como me llega ahora esa luz blanca y brillante que psicológicamente me calienta. Pero también por medio de esa puerta escrituralmente abierta es que se puede sacar cosas que no queremos guardarnos, esas cosas que a veces no nos gustan o que nos producen vergüenza, asco o repugnancia. Pero ese ejercicio es el que hice en mi novelita inédita que no sé si alguna vez podré publicar, pero no importa. Lo que sí me importa es haber hecho la práctica que me ha dado más lecciones de las que yo misma esperaba.
Mientras escribo esta entrada en mi blog abandonado, mi pequeño Samuel toca su flauta recién redescubierta entre las cosas que sacamos del cuartito, toca desafinadamente pero feliz, brinca, gira, baila... el chillido de la flauta me hace recordar el horror que me produce la imagen de los pezones que ponen huevos y chillan como instrumento musical en "Rosa mística" de Marosa de Giorgio... pero le sonrío a mi nene y le digo: "¿Qué te parece si vas y le tocas algo a tu hermano?", "¡Sí!" me contesta entusiasmado, y se va. Pobre Ángel. Baja el músico improvisado por las escaleras de caracol de nuestra casa para buscar a su hermano, mientras yo escribo. Pero también debo estar atenta al sonido de la lavadora, cuando termine debo ir a tender la ropa, pero también debo estar pendiente del pescado, cuando esté listo un lado debo darle vuelta para cocinar el otro... Alguien toca el citófono.
Regreso. Era mi amiga Hilda, me ha traído un "cuellito" tejido en lana de vicuña, ella quiere darme calor a como dé lugar. Yo la quiero tanto a ella, que no me importa que esa lana tan fina no consiga salvarme de este frío "tan helado".
La cosa es que esa carta fue escrita por Samu para contarle a su abuelito que en Chile hay muchas construcciones y que hay muchos trabajos --mi papá es albañil-- y le pide con entusiasmo que venga pronto que éste país es muy lindo. La fecha es de septiembre de 2010.
Así que a mi mente viene de pronto la imagen de mi padre sin padre (tuvo un padre sí, uno que nunca lo quiso reconocer como hijo legítimo) paseando con una lata y un palo por los arrozales de alguna hacienda de grandes terratenientes, ocupado en ahuyentar animales peligrosos y pájaros que atentaran con comerse los granos. Y mi papá primero aprendió a mantener a su familia de entonces: una madre y tres hermanos menores antes de aprender a leer, antes de aprender que era posible ir a una escuela y usar zapatos. Se casó a los 18 años, y procreó cuatro hijos de los cuales soy la primogénita. Yo iba a la escuela de día y mi padre por la noche. Yo iba a la escuela de día y mi madre trabajaba de día como enfermera empírica de un hospital municipal, hasta cambiaba sus turnos nocturnos por los turnos de fin de semana de sus compañeras para poder integrarse a sus estudios en el Alfonso Urroz entre 6 y 9 de la noche, hasta que su sueño se hizo realidad, sus sueños se hicieron realidad, nuestros sueños aquellos. Qué suerte tuvo mi padre al encontrarse con mi madre, y qué suerte tuvo ella también al encontrárselo a él.
Pienso, en que a pesar de las carencias, a pesar de la guerra y la revolución sandinista o quizá gracias a todo eso, aprendimos lecciones de solidaridad, amor, sinceridad y apego desinteresado, hasta de encerramiento con nuestra familia extensa y multiplicada entre el vecindario y los que se iban al extranjero (como ahora yo) y los que se quedaban, esos que de alguna manera todavía siguen conectados con nosotros, con nuestra memoria.
Dentro de unos días voy a cumplir 15 años de haber publicado por primera vez un cuento. "Detrás de San Miguel Arcángel" se llama, y tengo el recorte guardado con mucho cariño en el lugar de mis cosas más importantes. Cuánto me alegra que mis abuelas y bisabuelas indígenas y analfabetas tengan ahora la oportunidad de verse en mi escritura como lo que son: mis antecedentes y mis huesos. Porque cada letra que escribo se debe a que ellas pudieron darme al padre y la madre que todavía tengo, y vivo agradecida. Pero cuánto los extraño, tanto que ni se imaginan.
Comentarios
Del Sur de la America hispanoparlante al Centro de la misma, alguien divaga en pensamientos sobre un lejano pasado que de alguna manera nos marco a todos por igual.
De la misma manera pero en posicion extrema del Norte de la America de habla Sajon hoy pienso en mi hija que quedo en Nicaragua.
Un padre que quedo en Nicaragua y una hija que vive en Chile, ese es tu caso.
Un padre que vive en los Estados Unidos y una hija que quedo en Nicaragua, ese es mi caso.
Ambos caso unidos por una efemerides:
El dia del Padre en Nicaragua.
Saludos desde Woodbridge, Estado de Virginia.
ME 109 CITO.