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Mostrando entradas de diciembre, 2008

Los perros y las perras [a propósito de los conflictos del poder cultural del momento]

Los perros mejor entrenados se saben de memoria los poemas más famosos de Lorca y de Neruda. Otros, entusiastas y cobardes no tienen miedo de decir lo que piensan corren riesgos de que los nombren “perras” [Ser nombrado “perra” es denigrante] —Pero es sólo al principio, luego se corren y dejan que los otros les muerdan y les saquen la sangre. Otros, es mi caso, se encierran en las esquinas orinan y delimitan su terreno elaboran contrapropuestas bien argumentadas [Hasta ni duermen por estar investigando] Luego, los perros educados se acercan y ofrecen protección si se está de su lado. La sangre de perro y perra se agita y al final todos resultan con alguna mordida más o menos grave.

El amor es una forma geométrica irregular

Temprano. Desperté para ver el paisaje de tu cuerpo a veces magnífico, a veces misterioso, y sé que no puedo morderte alimentarme de tu carne, sos inalcanzable, irretenible. La pereza me carcome en esa parte de no querer ver gente por eso es que te busco caballito de mar caballito de feria para recolectar, ordenar, coleccionar pedazos sueltos, algo que no sé si me hará feliz. Solución recurrente: tu voz da lecciones colonizadas «La felicidad es una pistola caliente» ¿o transculturizadas? No sé si te comprendo por eso me conformo con luchar por entrar en mí misma abeja en su panal de miel miel en su panal de abeja. Allí, corazón, cuando pases por esa puerta el hilo de acero cortará tu cuello, entonces te partiré haciendo formas irregulares, quizá tréboles, quizá cerezos, después, voy a comerte.

Navidad en Managua

El día está soleado y caluroso a tal punto que sobre el caminito de tierra el vapor transparente reverbera y se eleva hacia un cielo azul apenas moteado por unas nubes blancas. —¡Corré, corré! Si no querés que te mate— Grita el más alto, mientras persigue al más pequeño y gordito de los tres. —¡Agarralo, agarralo, que no se te escape! Los muchachitos corren a gran velocidad hacia las ventas de comida humeantes y entre las sillas plásticas de los restaurantes improvisados del malecón de Managua. Hasta que Simón Pedro se tropieza y cae aparatosamente rozando con su pie derecho uno de los tenamastes que sostiene una porra con sopa hirviendo. Por un momento intenta levantarse pero no puede y suelta al fin de sus pequeñas manos un pez plateado que todavía se retuerce en los estertores de la muerte por asfixia. Abel y José Daniel frenan de golpe la carrera al punto que sus pies esquían un poco sobre la mugrosa acera. —¡ Híjoela!, ¿te jodiste?— pregunta Abel. —¡Simón!— gr