LA COSTURERA
Usualmente no busco quién repare mi ropa, prefiero hacerlo yo misma, pero hay circunstancias de la vida que le alteran a cualquiera la "normalidad" (suponiendo que eso exista). El caso es que hoy tuve que ir a retirar unas prendas a un taller que repara ropa muy cerca de mi departamento en Villa Frei, exactamente a unos metros sobre la avenida Irarrázaval. La primera vez que llegué me encontré, por fortuna, solamente a la amable costurera, y hoy conocí a la dueña (actuaba como tal) o la encargada. Como compañero de viaje llevé a mi pequeño Benjamín. El sol estaba mordiente, seco y muy sin gracia porque quemaba la piel pero no calentaba. Llegamos, saludamos, la señora costurera se levanta muy a prisa porque evidentemente está siendo supervisada por un ojo exigente y mandón, vociferante. La señora encargada me dice directamente:
--¿Erei peruana?
--No.--le contesto.
--Ah, ¿Y de dónde erei? Ahora aquí hay muchos extranjeros, mi hija tiene una nana boliviana. Eso antes aquí casi no se veía.
--¿Qué cosa?
--La cantidad de extranjeros, po.
--Ya.
--¿Y de quién is ese niño?
--Es mío, le digo. Pero la señora hace un gesto de duda, lo observa vorazmente, de pies a cabeza.
--¿Eris peruana?
--Nicaragüense.--Le digo. Y siento que la señora costurera se está tardando demasiado en empacar mis cosas. Le extiendo el pago, los recibos, mientras la encargada desde su taburete de patas altas, y con su cara de bulldog americano, con ojillos verdes y muy pequeños me estudia. Me habla a gritos, como si yo estuviera sorda.
--¡Primera nicaragüense que conozco!, --dice casi con alegría la costurera.
--Eso antes no era así, no se veía un extranjero, ahora hay peruanos por todas partes. Mi hija tiene una nana boliviana, --me repite como si ya no me lo hubiera dicho.
--Bueno, antes este territorio le pertenecía a los mapuches, a las comunidades indígenas originarias, pero usted sabe, vinieron los españoles les quitaron sus tierras, los aniquilaron. Luego vinieron los alemanes que huían de la guerra, hasta los nazis se vinieron huyendo, hasta comunidades italianas se asentaron por estos lados, y así... pero eso ha sido así en toda Latinoamérica señora, ya no hay un país que esté "puro".
--Hay demasiados extranjeros.--me repite. ¿Y cuánto tenis de vivir aquí?
--No sé. --trato de evitarla. Tomo al fin mi paquete, le digo adiós con la mano a la costurera.
--¿CUÁNTO? --Me grita como he visto que le grita a su empleada blanca y de ojos azules.
--Como un año, vinimos antes del terremoto. --Le doy explicación a pesar de su altanería. La costurera disimuladamente me hace una seña poniéndose el dedo índice en la sien y haciéndolo girar al tiempo que gira un poco los ojos.
--¿Y te vai a quedar?
--No, le digo. Solo venimos a ver qué tal era la gente por estos lados, si eran cálidos o amargados, a ver cómo tratan a los extranjeros. Pero no nos vamos a quedar por mucho tiempo. Aquí mucho tiembla.
--¡No, si yo ya no siento los terremotos! ¿No es cierto? --le pregunta a la costurera. Si yo ya he pasado por seis terremotos y no pasa nada. Además son cada treinta años.
--Qué bien, pero a mí no me gustan los terremotos.
--Hay perores cosas en otros países, ya vis Estados Unidos cómo se está derrumbando.
--Debe ser, le digo, ya casi en la calle, "pero no hay nada mejor que casa."
Y la señora se quedó hablandome a gritos diciéndome, no sé qué más cosas. Creo que me preguntaba que de quién era ese niño que llevaba de la mano.
--¡Es mío!, le grité y volvimos sobre nuestros pasos, comentando sobre lo bien que les cae la primavera a los cerezos.
Usualmente no busco quién repare mi ropa, prefiero hacerlo yo misma, pero hay circunstancias de la vida que le alteran a cualquiera la "normalidad" (suponiendo que eso exista). El caso es que hoy tuve que ir a retirar unas prendas a un taller que repara ropa muy cerca de mi departamento en Villa Frei, exactamente a unos metros sobre la avenida Irarrázaval. La primera vez que llegué me encontré, por fortuna, solamente a la amable costurera, y hoy conocí a la dueña (actuaba como tal) o la encargada. Como compañero de viaje llevé a mi pequeño Benjamín. El sol estaba mordiente, seco y muy sin gracia porque quemaba la piel pero no calentaba. Llegamos, saludamos, la señora costurera se levanta muy a prisa porque evidentemente está siendo supervisada por un ojo exigente y mandón, vociferante. La señora encargada me dice directamente:
--¿Erei peruana?
--No.--le contesto.
--Ah, ¿Y de dónde erei? Ahora aquí hay muchos extranjeros, mi hija tiene una nana boliviana. Eso antes aquí casi no se veía.
--¿Qué cosa?
--La cantidad de extranjeros, po.
--Ya.
--¿Y de quién is ese niño?
--Es mío, le digo. Pero la señora hace un gesto de duda, lo observa vorazmente, de pies a cabeza.
--¿Eris peruana?
--Nicaragüense.--Le digo. Y siento que la señora costurera se está tardando demasiado en empacar mis cosas. Le extiendo el pago, los recibos, mientras la encargada desde su taburete de patas altas, y con su cara de bulldog americano, con ojillos verdes y muy pequeños me estudia. Me habla a gritos, como si yo estuviera sorda.
--¡Primera nicaragüense que conozco!, --dice casi con alegría la costurera.
--Eso antes no era así, no se veía un extranjero, ahora hay peruanos por todas partes. Mi hija tiene una nana boliviana, --me repite como si ya no me lo hubiera dicho.
--Bueno, antes este territorio le pertenecía a los mapuches, a las comunidades indígenas originarias, pero usted sabe, vinieron los españoles les quitaron sus tierras, los aniquilaron. Luego vinieron los alemanes que huían de la guerra, hasta los nazis se vinieron huyendo, hasta comunidades italianas se asentaron por estos lados, y así... pero eso ha sido así en toda Latinoamérica señora, ya no hay un país que esté "puro".
--Hay demasiados extranjeros.--me repite. ¿Y cuánto tenis de vivir aquí?
--No sé. --trato de evitarla. Tomo al fin mi paquete, le digo adiós con la mano a la costurera.
--¿CUÁNTO? --Me grita como he visto que le grita a su empleada blanca y de ojos azules.
--Como un año, vinimos antes del terremoto. --Le doy explicación a pesar de su altanería. La costurera disimuladamente me hace una seña poniéndose el dedo índice en la sien y haciéndolo girar al tiempo que gira un poco los ojos.
--¿Y te vai a quedar?
--No, le digo. Solo venimos a ver qué tal era la gente por estos lados, si eran cálidos o amargados, a ver cómo tratan a los extranjeros. Pero no nos vamos a quedar por mucho tiempo. Aquí mucho tiembla.
--¡No, si yo ya no siento los terremotos! ¿No es cierto? --le pregunta a la costurera. Si yo ya he pasado por seis terremotos y no pasa nada. Además son cada treinta años.
--Qué bien, pero a mí no me gustan los terremotos.
--Hay perores cosas en otros países, ya vis Estados Unidos cómo se está derrumbando.
--Debe ser, le digo, ya casi en la calle, "pero no hay nada mejor que casa."
Y la señora se quedó hablandome a gritos diciéndome, no sé qué más cosas. Creo que me preguntaba que de quién era ese niño que llevaba de la mano.
--¡Es mío!, le grité y volvimos sobre nuestros pasos, comentando sobre lo bien que les cae la primavera a los cerezos.