tienes que correr,
tienes que correr
a toda velocidad.
Sabrá a margo el licor
de las cosas queridas.
Fito Páez
When I paint my masterpiece
Bob Dylan
Esa tarde me encontré en casa con Sofía, mi amiga de la escuela secundaria, mi oponente más fuerte, más significativa. Tarde de domingo en que decidí sentirme al fin liberada de los oficios domésticos porque mi esposo no estaba en la ciudad. Lavaría la ropa sucia el fin de semana próximo, que los niños repitan la ropa, total yo tengo mi vida y quiero realizarme como ser humano. Acepto que ver crecer a los niños da satisfacción, que mantenerme aún unida al hombre que amo es otra cosa digna de estar orgullosa pero hay más, siempre quise ser escritora, alguien importante a la que se le reconozca su trabajo. Dije:
—De esta semana no pasa que yo escriba un cuentecito sobre la liberación de la mujer o mejor, mí liberación como mujer, porque tampoco puedo ser tan atrevida y decir que llevo a “la mujer bajo mi piel”, si yo soy apenas una mujer con una clase social específica, con una vida y estatus particulares… sé que alguien dijo algo de orgasmos y piel…, “multitudes y piel”? No importa.
Fue cuando Sofía, a la que yo prefería llamar Sonia, dijo:
—No tenés la más mínima posibilidad de ser escritora. Sos una simple ama de casa deberías contentarte con eso. Si tu marido se entera de que sos una esposa frustrada hasta te puede echar a la calle. No le costaría mucho conseguirse una nueva y mejor.
Me levanté con la sangre en las sienes, con ganas de matarla, pero me contuve y le hablé en tono seguro.
—Sonia, el hecho de que seamos amigas no te faculta para que me tratés de esa manera.
—Si te duele la franqueza, lo siento, pero que te duela porque yo no soy hipócrita, apenas trato de ponerte los pies sobre la tierra. Con buenas intenciones, para ayudarte.
—¿Y ese es tu concepto de ayudar, decirme que no sirvo, que estoy equivocada?
—Cariño, nunca vas a ser escritora. Pensalo bien, de esos sueñecitos que tenés sólo conseguirías algo con mi ayuda. Ser escritora es algo serio, eso sólo podría hacerlo yo, si quisiera. Tengo empleadas para cada necesidad, una casa hermosa en el campo, otra en el mar desde donde puedo inspirarme para crear argumentos, anécdotas, cosas interesantes, luego tengo mi laptop, si se trata de cargar con la herramienta básica, mi palm y la compiurer de casa… pero vos no tenés nada amorcito. ¿Tenés máquina de escribir, sabés mecanografía o algo así?
—Te creí más inteligente a ti, Sonia, te iba a incluir en mi cuento pero veo que no vale la pena. ¡Andáte de mi casa, pero andáte ya!
Cuando el carro de Sonia se fue con ella adentro, la sentí e imaginé como una babosa de caracol, sin cerebro. Corrí a sacar las bolitas de pan de mantequilla que se me habían quemado en el horno. Me quemé, pero mis manos estaban heladas de furia. Nunca me había sentido tan humillada por otra mujer y eso que entre las mujeres la relación es de comparación y repulsión y allí se daban la mayor parte de las buenas y largas amistades como la que yo había tenido con Sonia.
Traté de consolarme diciéndome a mí misma que lo que había ocurrido es que Sonia se puso envidiosa, que ella también se había dado cuenta que a pesar de su ventaja social era menos probable que se realizara. No es que ella con todos los medios posibles para ser una buena escritora simplemente había decidido no serlo, se trataba de que su mundo de ama de casa, de mujer de maquillajes y perfumes caros tenía demasiadas tarjetas de navidad que llenar para mandarle a sus amistades, tarjetas de felicitaciones de cumpleaños, los regalos del día de los reyes… tanta basura por hacer que yo, gracias a mi misma pobreza, me salvaba de estar obligada. Extrañamente no lloré, yo que para todo dejo escapar una mueca de llanto incontenible y luego lloro a lágrima partida por puro gusto de deshidratarme para sentirme la mártir. Ella había dicho algo que era verdad, yo soy una mujer pobre y no tengo servidumbre, tampoco dinero como para tener un background significativo de lecturas. Pero tengo la malicia, tengo el deseo y la imaginación necesaria como para hacer mi obra maestra. Le pondré algo así como: “Espacios de una ama de casa”, o mejor: “Del día y las circunstancias en que me liberé de la cocina…” Bueno más vale que escriba y luego le ponga nombre.
Estaba en esas cuando sonó la alarma de las seis y treinta, hace una hora que debí haber hecho la comida. Los niños deben estar esperándome en casa de su abuela. ¿Qué hacer, tomar un taxi para ir a traerlos o preparar primero la cena? Ir a traerlos, no vaya a ser y mi suegra me reclama, me saca en cara que su otra nuera es un amor de mujer, que no se pasa de horas para ir a traer a los niños de casa de los abuelitos, que cuando sale de su casa la deja en perfecto orden, que da envidia… Definitivamente me voy a traer a mis hijos.
Fui a traer a los niños, escuché la historia de la nuera perfecta de boca de mi suegra, que a ella no se le paraba una mosca, que la casa daba gusto, que los niños nunca se pasaban de hora para comer, etc. Mientras venía de regreso a casa pensé que no me iba a atrasar en cocinarles. Compraría unas tajadas de plátano frito con gallopinto, carne asada y un refresco de cacao. Yo me comería algo de avena con leche y listo, ahorro tiempo y dinero, de paso comienzo una dieta, pero comienzo de una vez por todas.
Resultado, la carne les salió muy dura, el gallopinto estaba demasiado mantecoso y le provocó diarrea a Emma Nathalia, mi bebé de dos años. A Ernesto, de cuatro, no le pasó el refresco de cacao porque amargaba la boca de tan dulce, amenazó con vomitar. Adriana de siete estaba mudando los dientes y no podía comer nada. Tuve que cocinarles a cada uno algo especial, que no provocara diarrea sino que la contuviera, que fuera suave como para que la comiera un desdentado y que estuviera sabrosa pero barata, pasé el resto de la tarde y la noche haciendo empanaditas de plátano maduro rellenas con queso fresco y arroz, limonada, atolito de maicena con vainilla, y finalmente tortas de quequisque. Cuando terminé de arroparlos, darles su beso de buenas noches, decirles que los amaba con todo el corazón, ordenarles los cuartos, lavar el cerro de trastos que había producido la comida… estaba yo tan agotada! que decidí dormirme temprano (eran casi las diez de la noche) para levantarme a las cinco de la mañana a hacer el desayuno. Mañana es lunes, Adriana y Ernesto se van a la escuela, eso me va a dar tiempo.
Me fui a costar pero estaba tan excitada que me dio insomnio, sentí como un presentimiento de algo fatal en mi vida. Me levanté, revisé todas las puertas, las cerraduras. Me asomé por una hendija y no vi a nadie en la calle. Me fui a acostar nuevamente para darme cuenta de pronto que estiraba la mano buscando el calorcito de mi amor y no encontraba nada, no podía dormir porque lo extrañaba. Fui a buscar una camisa sin lavar, una que oliera a él, su olor me iba a hacer sentir protegida, animada a emprender mi tarea con todas las fuerzas del mundo.
El despertador sonó a las 6:30 AM porque así estaba programado desde el día anterior. Debí programarlo para que me despertara a las 5:00 AM!. Corrí a levantar a los niños que ya estaban armando una batalla de almohadas que no sé cómo no me despertaron. Los metí a los tres al baño, juntos para no atrasarme más, los dejé en remojo mientras me fui a poner la porra del café. 6:50 me voy a vestirlos. Nathalia respiró agua por la nariz parece que los otros jugaban a ahogarla. ¡Son unos demonios!
7:20 el café está tan caliente que no se puede beber. Se me olvidó comprar el pan ayer. Sólo tengo huevos. Les doy huevo frito pero lo detestan, ellos quieren pan con mantequilla, los pobres le dicen mantequilla a la margarina. Menos mal que todavía no entienden la diferencia. Me pregunto si habrá mujeres como Sonia que no saben cómo es la vida sin teléfono, sin carro, sin cafetera, sin agua caliente en los grifos, sin lavadora de ropa, sin mantequilla de verdad, sin empleadas, sin niñeras. Cómo limpiarán ella sus casas, si yo le tengo que dar brillo al piso a punta de recontrapasar el trapeador.
Tuve que dejarlos solos en la casa enllavada por fuera para correr como loca a la venta de la esquina y comprarles galletitas soda y jugos de lata. Si seguía así para el miércoles no iba a tener con qué comprar comida. Debía volver rápido antes que fueran a prenderle fuego a la casa.
A las siete y cuarenta y cinco los llevé a la escuela, con 15 minutos de retraso, pero con la suerte de que me quedaba como a las dos cuadras. Regresé con Nathalia a la casa. La puse a ver televisión mientras yo me bañaba y me preparaba para mi nueva etapa. El ruido del agua no me dejó escuchar cuando ella arrastraba su banquita de alcanzar el inodoro hacia la puerta del baño. Cuando quise salir estaba enllavada por fuera porque en el baño no había una cerradura sino aldabas y pasadores. Le grité, le ordené, le supliqué… tuve que forzar la puerta. Ella estaba en la cocina haciendo caminitos con la caja de espaguetis desperdigados por toda la casa. Se puso a llorar cuando me vio llegar tan enojada. Me dio mucho pesar verle la trompita tan inocente apretada en un espasmo de miedo y arrepentimiento. Pero si apenas acaba de cumplir dos años… lo que necesitaba era jugar, así que la regañé, le dije que no volviera a hacer eso porque yo me iba a enojar mucho. Prometió no volver a hacer travesuras semejantes.
Pasé casi dos horas jugando al caballito con ella montada sobre mi espalda, recorriendo la parte enladrillada de la casa, el dolor en las rodillas ya no permitían continuar, pero ella estaba feliz, incansable. Yo necesitaba sentarme. Opción, ponerla a dibujar con una crayola rosada que encontré.
Me fui a sentar a escribir. El lápiz con el que pensaba escribir se lo había llevado Adriana, su cuaderno también. ¡Yo no tenía un solo lapicero en la casa.!
—¡Mierda! ¿Cuándo puta voy a poder escribir?
Estaba tan frustrada y enojada que comencé a darle golpes furiosos a la mesa. Lloré. Golpearon la puerta. Me limpié las lágrimas y abrí. Era mi madre.
Lo primero que hice fue abrazarla fuerte, decirle que la amo, que qué horrible es ser mujer, que cómo había hecho ella para sobrevivir. Le conté mi proyecto, me dijo que no me desesperara que cada cosa tiene su tiempo, que ella se iba a llevar a Nathalia para que yo me pudiera dedicar a mi proyecto.
Por supuesto que la casa estaba hecha un desastre, las camas del cuarto de los niños estaban revueltas, las almohadas en el suelo, la ropa sucia junto con la limpia, el piso estaba lleno de migajas de galletas. La cocina tenía trastos sucios, pailas con huevos fritos, tazas con café y caminitos de espaguetis crudos. La puerta del baño estaba forzada y no cerraba… mi cuarto era otra historia que arreglar. Mamá se llevó a la niña y yo me quedé preparando el almuerzo porque ya casi iban a volver los niños de la escuela. Rogué por paciencia. Mamá tenía razón, ahora que viniera Adriana le prestaría su lápiz y unas hojas de su libreta blanca. Arreglé un poco y fui a traerlos.
Me senté a comer con ellos, también tenía hambre, los vi tan bellos y hermosos que me sentí culpable por no atenderlos como debe ser, sentí que no estaba bien mi idea de dedicarme a mí y no a ellos que me necesitan tanto. Pero también pensé en el futuro, en qué pasaría cuando ya crecidos se liberaran de mí, ellos tienen su vida y yo no quiero ser una carga cuando sea una anciana, si es que llego a serlo. Es verdad que nadie sabe cuándo va a morirse pero mientras estuviera en mis manos trataría de hacer lo posible por hacer mis sueños realidad, iría despacio, una página por día, eso sería todo, los atendería como se lo merecen y me daría mi propio espacio.
Pasó la semana y nunca tuve tiempo. No noté ninguna señal de que mis hijos estuvieran creciendo. En cambio yo me miraba más vieja, más apagada que nunca. Llegó mi esposo en la tarde del viernes. Lo recibí con mucha alegría, era mi amor que regresaba. Le di de comer, tuve la ropa limpia y planchada, todo en orden, le di mi amor, mi calor, mi cuerpo entero sólo para él. El domingo quise tomarme un rato para escribir las cuatro páginas que llevaba de retraso en mis planes de escritora, para eso planifiqué hacer espaguetis con queso y listo, a escribir. Mi esposo protestó dijo que esa era comida de estudiante soltero, que cocinara otra cosa.
Yo no contesté nada y comencé a repasar en la memoria las ideas que tenía.
—Estas como ida, ¿qué es lo que te pasa?
Silencio.
—Bueno, es que acaso hoy no se va a comer en esta casa?
—No. Hoy decreto día de “crear y no cocinar”, por tanto me tomo el día feriado y lo voy a dedicar…taránnn ¡a mí misma!. De hoy no pasa que escriba ese maldito cuento, pase lo que pase.
—Tené cuidado con lo que hacés, muchas mujeres querrían tener el lugar que vos tenés en esta casa…
—¿Sabés qué? Lo único que yo quisiera es tener una esposa como yo, que me cuidara como yo te cuido a vos, que me hiciera la vida más agradable como yo te la hago a vos, que me amara y me respetara tanto como yo a vos.
—¡Ahora hasta te vas a volver lesbiana!
—Voy a hacer lo que sea necesario para realizarme como mujer, como ser humano.
Ese día tampoco lloré, algo en mí se había roto por dentro. Me encerré en mi cuarto, agarré el cuaderno de dibujar de mi hija mayor, tomé un crayón negro y decidí escribir mi historia, por supuesto que no sería una historia de amor, esta vez el título sería algo así como “tienes que correr”.
tienes que correr
a toda velocidad.
Sabrá a margo el licor
de las cosas queridas.
Fito Páez
When I paint my masterpiece
Bob Dylan
Esa tarde me encontré en casa con Sofía, mi amiga de la escuela secundaria, mi oponente más fuerte, más significativa. Tarde de domingo en que decidí sentirme al fin liberada de los oficios domésticos porque mi esposo no estaba en la ciudad. Lavaría la ropa sucia el fin de semana próximo, que los niños repitan la ropa, total yo tengo mi vida y quiero realizarme como ser humano. Acepto que ver crecer a los niños da satisfacción, que mantenerme aún unida al hombre que amo es otra cosa digna de estar orgullosa pero hay más, siempre quise ser escritora, alguien importante a la que se le reconozca su trabajo. Dije:
—De esta semana no pasa que yo escriba un cuentecito sobre la liberación de la mujer o mejor, mí liberación como mujer, porque tampoco puedo ser tan atrevida y decir que llevo a “la mujer bajo mi piel”, si yo soy apenas una mujer con una clase social específica, con una vida y estatus particulares… sé que alguien dijo algo de orgasmos y piel…, “multitudes y piel”? No importa.
Fue cuando Sofía, a la que yo prefería llamar Sonia, dijo:
—No tenés la más mínima posibilidad de ser escritora. Sos una simple ama de casa deberías contentarte con eso. Si tu marido se entera de que sos una esposa frustrada hasta te puede echar a la calle. No le costaría mucho conseguirse una nueva y mejor.
Me levanté con la sangre en las sienes, con ganas de matarla, pero me contuve y le hablé en tono seguro.
—Sonia, el hecho de que seamos amigas no te faculta para que me tratés de esa manera.
—Si te duele la franqueza, lo siento, pero que te duela porque yo no soy hipócrita, apenas trato de ponerte los pies sobre la tierra. Con buenas intenciones, para ayudarte.
—¿Y ese es tu concepto de ayudar, decirme que no sirvo, que estoy equivocada?
—Cariño, nunca vas a ser escritora. Pensalo bien, de esos sueñecitos que tenés sólo conseguirías algo con mi ayuda. Ser escritora es algo serio, eso sólo podría hacerlo yo, si quisiera. Tengo empleadas para cada necesidad, una casa hermosa en el campo, otra en el mar desde donde puedo inspirarme para crear argumentos, anécdotas, cosas interesantes, luego tengo mi laptop, si se trata de cargar con la herramienta básica, mi palm y la compiurer de casa… pero vos no tenés nada amorcito. ¿Tenés máquina de escribir, sabés mecanografía o algo así?
—Te creí más inteligente a ti, Sonia, te iba a incluir en mi cuento pero veo que no vale la pena. ¡Andáte de mi casa, pero andáte ya!
Cuando el carro de Sonia se fue con ella adentro, la sentí e imaginé como una babosa de caracol, sin cerebro. Corrí a sacar las bolitas de pan de mantequilla que se me habían quemado en el horno. Me quemé, pero mis manos estaban heladas de furia. Nunca me había sentido tan humillada por otra mujer y eso que entre las mujeres la relación es de comparación y repulsión y allí se daban la mayor parte de las buenas y largas amistades como la que yo había tenido con Sonia.
Traté de consolarme diciéndome a mí misma que lo que había ocurrido es que Sonia se puso envidiosa, que ella también se había dado cuenta que a pesar de su ventaja social era menos probable que se realizara. No es que ella con todos los medios posibles para ser una buena escritora simplemente había decidido no serlo, se trataba de que su mundo de ama de casa, de mujer de maquillajes y perfumes caros tenía demasiadas tarjetas de navidad que llenar para mandarle a sus amistades, tarjetas de felicitaciones de cumpleaños, los regalos del día de los reyes… tanta basura por hacer que yo, gracias a mi misma pobreza, me salvaba de estar obligada. Extrañamente no lloré, yo que para todo dejo escapar una mueca de llanto incontenible y luego lloro a lágrima partida por puro gusto de deshidratarme para sentirme la mártir. Ella había dicho algo que era verdad, yo soy una mujer pobre y no tengo servidumbre, tampoco dinero como para tener un background significativo de lecturas. Pero tengo la malicia, tengo el deseo y la imaginación necesaria como para hacer mi obra maestra. Le pondré algo así como: “Espacios de una ama de casa”, o mejor: “Del día y las circunstancias en que me liberé de la cocina…” Bueno más vale que escriba y luego le ponga nombre.
Estaba en esas cuando sonó la alarma de las seis y treinta, hace una hora que debí haber hecho la comida. Los niños deben estar esperándome en casa de su abuela. ¿Qué hacer, tomar un taxi para ir a traerlos o preparar primero la cena? Ir a traerlos, no vaya a ser y mi suegra me reclama, me saca en cara que su otra nuera es un amor de mujer, que no se pasa de horas para ir a traer a los niños de casa de los abuelitos, que cuando sale de su casa la deja en perfecto orden, que da envidia… Definitivamente me voy a traer a mis hijos.
Fui a traer a los niños, escuché la historia de la nuera perfecta de boca de mi suegra, que a ella no se le paraba una mosca, que la casa daba gusto, que los niños nunca se pasaban de hora para comer, etc. Mientras venía de regreso a casa pensé que no me iba a atrasar en cocinarles. Compraría unas tajadas de plátano frito con gallopinto, carne asada y un refresco de cacao. Yo me comería algo de avena con leche y listo, ahorro tiempo y dinero, de paso comienzo una dieta, pero comienzo de una vez por todas.
Resultado, la carne les salió muy dura, el gallopinto estaba demasiado mantecoso y le provocó diarrea a Emma Nathalia, mi bebé de dos años. A Ernesto, de cuatro, no le pasó el refresco de cacao porque amargaba la boca de tan dulce, amenazó con vomitar. Adriana de siete estaba mudando los dientes y no podía comer nada. Tuve que cocinarles a cada uno algo especial, que no provocara diarrea sino que la contuviera, que fuera suave como para que la comiera un desdentado y que estuviera sabrosa pero barata, pasé el resto de la tarde y la noche haciendo empanaditas de plátano maduro rellenas con queso fresco y arroz, limonada, atolito de maicena con vainilla, y finalmente tortas de quequisque. Cuando terminé de arroparlos, darles su beso de buenas noches, decirles que los amaba con todo el corazón, ordenarles los cuartos, lavar el cerro de trastos que había producido la comida… estaba yo tan agotada! que decidí dormirme temprano (eran casi las diez de la noche) para levantarme a las cinco de la mañana a hacer el desayuno. Mañana es lunes, Adriana y Ernesto se van a la escuela, eso me va a dar tiempo.
Me fui a costar pero estaba tan excitada que me dio insomnio, sentí como un presentimiento de algo fatal en mi vida. Me levanté, revisé todas las puertas, las cerraduras. Me asomé por una hendija y no vi a nadie en la calle. Me fui a acostar nuevamente para darme cuenta de pronto que estiraba la mano buscando el calorcito de mi amor y no encontraba nada, no podía dormir porque lo extrañaba. Fui a buscar una camisa sin lavar, una que oliera a él, su olor me iba a hacer sentir protegida, animada a emprender mi tarea con todas las fuerzas del mundo.
El despertador sonó a las 6:30 AM porque así estaba programado desde el día anterior. Debí programarlo para que me despertara a las 5:00 AM!. Corrí a levantar a los niños que ya estaban armando una batalla de almohadas que no sé cómo no me despertaron. Los metí a los tres al baño, juntos para no atrasarme más, los dejé en remojo mientras me fui a poner la porra del café. 6:50 me voy a vestirlos. Nathalia respiró agua por la nariz parece que los otros jugaban a ahogarla. ¡Son unos demonios!
7:20 el café está tan caliente que no se puede beber. Se me olvidó comprar el pan ayer. Sólo tengo huevos. Les doy huevo frito pero lo detestan, ellos quieren pan con mantequilla, los pobres le dicen mantequilla a la margarina. Menos mal que todavía no entienden la diferencia. Me pregunto si habrá mujeres como Sonia que no saben cómo es la vida sin teléfono, sin carro, sin cafetera, sin agua caliente en los grifos, sin lavadora de ropa, sin mantequilla de verdad, sin empleadas, sin niñeras. Cómo limpiarán ella sus casas, si yo le tengo que dar brillo al piso a punta de recontrapasar el trapeador.
Tuve que dejarlos solos en la casa enllavada por fuera para correr como loca a la venta de la esquina y comprarles galletitas soda y jugos de lata. Si seguía así para el miércoles no iba a tener con qué comprar comida. Debía volver rápido antes que fueran a prenderle fuego a la casa.
A las siete y cuarenta y cinco los llevé a la escuela, con 15 minutos de retraso, pero con la suerte de que me quedaba como a las dos cuadras. Regresé con Nathalia a la casa. La puse a ver televisión mientras yo me bañaba y me preparaba para mi nueva etapa. El ruido del agua no me dejó escuchar cuando ella arrastraba su banquita de alcanzar el inodoro hacia la puerta del baño. Cuando quise salir estaba enllavada por fuera porque en el baño no había una cerradura sino aldabas y pasadores. Le grité, le ordené, le supliqué… tuve que forzar la puerta. Ella estaba en la cocina haciendo caminitos con la caja de espaguetis desperdigados por toda la casa. Se puso a llorar cuando me vio llegar tan enojada. Me dio mucho pesar verle la trompita tan inocente apretada en un espasmo de miedo y arrepentimiento. Pero si apenas acaba de cumplir dos años… lo que necesitaba era jugar, así que la regañé, le dije que no volviera a hacer eso porque yo me iba a enojar mucho. Prometió no volver a hacer travesuras semejantes.
Pasé casi dos horas jugando al caballito con ella montada sobre mi espalda, recorriendo la parte enladrillada de la casa, el dolor en las rodillas ya no permitían continuar, pero ella estaba feliz, incansable. Yo necesitaba sentarme. Opción, ponerla a dibujar con una crayola rosada que encontré.
Me fui a sentar a escribir. El lápiz con el que pensaba escribir se lo había llevado Adriana, su cuaderno también. ¡Yo no tenía un solo lapicero en la casa.!
—¡Mierda! ¿Cuándo puta voy a poder escribir?
Estaba tan frustrada y enojada que comencé a darle golpes furiosos a la mesa. Lloré. Golpearon la puerta. Me limpié las lágrimas y abrí. Era mi madre.
Lo primero que hice fue abrazarla fuerte, decirle que la amo, que qué horrible es ser mujer, que cómo había hecho ella para sobrevivir. Le conté mi proyecto, me dijo que no me desesperara que cada cosa tiene su tiempo, que ella se iba a llevar a Nathalia para que yo me pudiera dedicar a mi proyecto.
Por supuesto que la casa estaba hecha un desastre, las camas del cuarto de los niños estaban revueltas, las almohadas en el suelo, la ropa sucia junto con la limpia, el piso estaba lleno de migajas de galletas. La cocina tenía trastos sucios, pailas con huevos fritos, tazas con café y caminitos de espaguetis crudos. La puerta del baño estaba forzada y no cerraba… mi cuarto era otra historia que arreglar. Mamá se llevó a la niña y yo me quedé preparando el almuerzo porque ya casi iban a volver los niños de la escuela. Rogué por paciencia. Mamá tenía razón, ahora que viniera Adriana le prestaría su lápiz y unas hojas de su libreta blanca. Arreglé un poco y fui a traerlos.
Me senté a comer con ellos, también tenía hambre, los vi tan bellos y hermosos que me sentí culpable por no atenderlos como debe ser, sentí que no estaba bien mi idea de dedicarme a mí y no a ellos que me necesitan tanto. Pero también pensé en el futuro, en qué pasaría cuando ya crecidos se liberaran de mí, ellos tienen su vida y yo no quiero ser una carga cuando sea una anciana, si es que llego a serlo. Es verdad que nadie sabe cuándo va a morirse pero mientras estuviera en mis manos trataría de hacer lo posible por hacer mis sueños realidad, iría despacio, una página por día, eso sería todo, los atendería como se lo merecen y me daría mi propio espacio.
Pasó la semana y nunca tuve tiempo. No noté ninguna señal de que mis hijos estuvieran creciendo. En cambio yo me miraba más vieja, más apagada que nunca. Llegó mi esposo en la tarde del viernes. Lo recibí con mucha alegría, era mi amor que regresaba. Le di de comer, tuve la ropa limpia y planchada, todo en orden, le di mi amor, mi calor, mi cuerpo entero sólo para él. El domingo quise tomarme un rato para escribir las cuatro páginas que llevaba de retraso en mis planes de escritora, para eso planifiqué hacer espaguetis con queso y listo, a escribir. Mi esposo protestó dijo que esa era comida de estudiante soltero, que cocinara otra cosa.
Yo no contesté nada y comencé a repasar en la memoria las ideas que tenía.
—Estas como ida, ¿qué es lo que te pasa?
Silencio.
—Bueno, es que acaso hoy no se va a comer en esta casa?
—No. Hoy decreto día de “crear y no cocinar”, por tanto me tomo el día feriado y lo voy a dedicar…taránnn ¡a mí misma!. De hoy no pasa que escriba ese maldito cuento, pase lo que pase.
—Tené cuidado con lo que hacés, muchas mujeres querrían tener el lugar que vos tenés en esta casa…
—¿Sabés qué? Lo único que yo quisiera es tener una esposa como yo, que me cuidara como yo te cuido a vos, que me hiciera la vida más agradable como yo te la hago a vos, que me amara y me respetara tanto como yo a vos.
—¡Ahora hasta te vas a volver lesbiana!
—Voy a hacer lo que sea necesario para realizarme como mujer, como ser humano.
Ese día tampoco lloré, algo en mí se había roto por dentro. Me encerré en mi cuarto, agarré el cuaderno de dibujar de mi hija mayor, tomé un crayón negro y decidí escribir mi historia, por supuesto que no sería una historia de amor, esta vez el título sería algo así como “tienes que correr”.
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