Ir al contenido principal

Un sueño recurrente (Parte 2)

El tiempo se evapora, se derrite, se fuga en esta vieja ventana que ahora enmarca mi cara de gato abandonado. Afuera llueve, llueve a mares. Yo busqué por varias semanas, meses, años un botón, una palanca que me permitiera conectarme con el otro lado. Pero nada ha funcionado.

He escuchado que Ofelia viene el lunes, todos han aparentado una felicidad inusual, pero yo sé que en el fondo sienten miedo de su llegada. Sí, miedo.

La última vez que te vi me dijiste lo del sueño, y quizá pensaste que yo no le estaba dando importancia a lo que me contabas. Me costó trabajo entender que hablabas contigo mismo, que el café que tomabas era el de tu madre y no el mío, y que por más que yo te gritara, te besara, arañara o te golpeara como una loca, no había manera de que sintieras o me escucharas.

Recuerdo el día en que me llegó la noticia. Tu madre lloraba porque estabas colgado en la rama del árbol de naranjas, ése que plantamos juntos ¿te acuerdas? Ese que conocía nuestro secreto. Tu madre que siempre me quiso ahora maldecía mi nombre. No pude leer la nota que dejaste, esa que tu madre se guardó tan cuidadosamente en el sostén.

Miro a los niños jugar bajo la lluvia. Yo me quedo viéndolos a través de la ventana. Un día fuimos felices como esos niños del patio, y cantábamos juntos la misma canción que hoy viene a la mente como un trozo de nostalgia coagulada: "Will you still love me tomorrow?"

Estoy en el punto en el que no sé si es que no me quiero ir o si es que no sé cómo hacerlo. Estoy sola y cada vez que duermo sueño lo mismo: llueve, todo está oscuro, hay pájaros muertos por todas partes, una vaca me da un latigazo con su cola áspera y húmeda, lloro porque estoy perdida y mojada en el agua fría de ese sueño.

Las niñas se han metido al sótano a buscar cosas viejas para hacer una tarea de la escuela y han descubierto el álbum de tapas rojas y esquinas doradas. La madre las busca y llega hasta el lugar. Veo un espejo. ¿Cuándo fue la última vez que me vi en uno? Las niñas señalan una figura entre las páginas amarillas. La más pequeña pregunta: «¿Mamá, esta es la niña muerta?» Me acerco para ver quién es la niña de la fotografía. Veo algo que no quiero ver. Yo no puedo ser una niña. Corro al espejo, veo la figura del espejo y es la misma, y tiene el mismo vestido blanco de primera comunión, los mismos encajes, los mismos zapatos de tacones planos.... Soy la niña de la foto. Yo soy la niña muerta.

Me alegra que Ofelia venga a visitarnos, quizá traiga alguna noticia.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Crónica de una autora autoinventada[*]

Por María del Carmen Pérez Cuadra http://animalinedito.blogspot.com Recuerdo que para la época de la revolución, entre 1981 -1990 yo tenía claro que debía estudiar alguna carrera en la universidad, el problema es que no tenía la más remota idea de cuál podría ser. Mi mamá quería que estudiara medicina y mi papá ingeniería o algo de administración de empresas. Pero yo, al descubrir un artículo del Suplemento Cultural Ventana, en el que entrevistaban a Franz Galich, y que me informaba de la existencia de la carrera de Arte y Letras en la Facultad de Humanidades de la UCA, tomé la decisión de que Arte y Letras sería mi primer opción y luego cualquier otra. Una semana más tarde salí por primera vez, sola y en bus, fuera de Jinotepe, ya que era en Granada donde me correspondía hacer unas filas infinitas para los trámites de ingreso. Al final los resultados fueron buenos, clasifiqué en mi primera opción por dos razones: mi promedio y el hecho de que a nadie le interesaba la carr

NAVIDAD EN MANAGUA

Por: María del Carmen Pérez Cuadra. El día está soleado y caluroso a tal punto que sobre el caminito de tierra el vapor transparente reverbera y se eleva hacia un cielo azul apenas moteado por unas nubes blancas. —¡Corré, corré! Si no querés que te mate— Grita el más alto, mientras persigue al más pequeño y gordito de los tres. —¡Agarralo, agarralo, que no se te escape! Los muchachitos corren a gran velocidad hacia las ventas de comida humeantes y entre las sillas plásticas de los restaurantes improvisados del malecón de Managua. Hasta que Simón Pedro se tropieza y cae aparatosamente rozando con su pie derecho uno de los tenamastes que sostiene una porra con sopa hirviendo. Por un momento intenta levantarse pero no puede y suelta al fin de sus pequeñas manos un pez plateado que todavía se retuerce en los estertores de la muerte por asfixia. Abel y José Daniel frenan de golpe la carrera al punto que sus pies esquían un poco sobre la mugrosa acera. —¡ Híjoela!, ¿te jodiste?— pr