OCTUBRE 24 DE 2010
Ayer estuve en una reunión de padres de familia. Todo estaba bien, el lugar, el ambiente y la alegría de nuestros niños jugando al aire libre. Pero yo no tenía más que ganas de llorar. Llorar por mis muertos, unos que dejé ir solos mientras yo estaba lejos, como si me importaran menos.
Recordé en aquella, mi propia casa. Y vi en las demás familias a mi propia familia.
Quería sorprender a mi abuelo Víctor con una publicación en el extranjero, para que viera que la hija de su primogénito no reconocido había llegado más lejos de lo que él se imaginaba. Llevo el apellido de mi abuela paterna, con mucho orgullo, y siempre quise demostrarle a mi abuelo que había hecho muy mal en no reconocer a mi padre como hijo legítimo. Pero mi abuelo murió en junio, y no pude demostrarle nada, simplemente él me enseño que yo lo quería más de lo que sospeché. Y a hora voy a recordar su lección cada vez que vea el rostro de mi padre.
Le prometí a mi tía Adela que mi novela se la dedicaría a ella, porque me estaba costando mucho, que no era fácil, pero que estaba orgullosa de lo que estaba resultando. Por eso, la noticia de mi primera novela en su etapa final la entusiasmaba tanto. Le prometí que como penitencia por no haberme ido a despedir de ella el día en que me vine a Santiago, nos veríamos pronto, haría una gran fiesta familiar «quizá el próximo año», le dije, para celebrar juntos el hecho de que somos una gran familia, no solo en número si no en solidaridad, amor y humildad, pero mi tía murió en septiembre y con ella se desmoronó algo que me sostenía. Es como que las raíces de mi propia vida hubiesen sido rigurosamente torturadas, casi desprendidas de su base.
El día en que me vine a Santiago, no fui a despedirme de ellos, estaba demasiado abrumada por el viaje y el problema de la casa que dejaba. Estaba ilusionada con la idea de estar sola, muy feliz dedicada a mi vicio de la escritura. Era medio mágico, y me he venido a enterar de lo falsa que era esa imagen soñada de manera muy dura. Estar solo o en soledad, distanciada de la gente que se ama no siempre es saludable, esa es la lección que sienten mi carne, mis huesos, mi cerebro y éste espíritu.
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